"Nos enseñaron desde niños cómo se forma un cuerpo, sus órganos, sus huesos, sus funciones, sus sitios. Pero nunca supimos de qué estaba hecha el Alma".        

Mario Benedetti 

 

                                                               

 

Mario Benedetti tiene razón. Nadie nos ha enseñado de que está hecha el alma, pero si guardamos silencio, si paramos un momento el ritmo, si abrimos nuestros sentidos y ampliamos un poquito nuestra conciencia, empezaremos a conocer cómo es  nuestra Alma. 

 

Ella está ahí, dentro. Probablemente debajo de un montón de chismes, disfraces, caretas y armaduras, que hemos ido acumulando a lo largo de nuestra vida y que nos han ido alejando de ella.

 

En nuestra práctica terapéutica tenemos que ayudar a nuestros pacientes a lidiar con todos esos aspectos que van distorsionado, limitando, ahogando a esa Alma que reside en  lo mas profundo de su ser. 

 

No es un trabajo fácil, pero sí hemos descubiertos que, nosotras mismas y  las personas con las que trabajamos, saben reconocer ese aspecto puro de su propio ser y cuando topan con él, con su Alma, no hacen falta muchas más palabras. La reconocen de inmediato. Ya no hay confusión, hay calma y certeza.  Hay reconocimiento  de  sí

mismo y  encuentro.

Podemos reconocer el caracter divino de nuestra propia naturaleza, sentimos la conexión con todos y con todo. Lo que me pasa a mi tiene una resonancia y lo que pasa fuera  resuena en mi. Puedo reconocerme en el otro y diferenciarme de él o ella.

 

La mente deja de tener un papel tan predominante y la espiritualidad va cogiendo más y más espacio, la vida cobra otro sentido y aumenta la comprensión de la misma. Todo cabe y todo tiene su papel. Nada sobra.

 

Nuestra Alma es una sabia viajera del tiempo y del espacio y solo espera que tu la descubras.